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viernes, 22 de junio de 2012

AVENTURAS Y DESVENTURAS DE BARTOLO Y TELMA

Segundo cuento

BARTOLO APRENDE A PONER BOTONES

Aquello de “coser y cantar” le parecía a Ogro, es decir, a Bartolo, un cuento chino, pues se había empeñado en pegar el botón que se la había caído a su mejor camisa y se dio cuenta de que no tenía ni idea. No era tan fácil encajar un botón en un lado de la camisa para que coincidiera con el lado del ojal y que el botón entrara en el ojal sin hacer arrugas y cosas raras. Lo único que sabía cierto era que la aguja no se puede coger por la punta porque pincha, y eso después de hacerse sangre en el dedo índice con la punta de la aguja.
En primer lugar, observó que los botones estaban cosidos con hilo naranja, como las rayas de su camisa, así que lo primero era ir a la mercería a comprar hilo naranja y, de paso, un dedal y unas agujas con el agujero bien grande porque por más que lo intentase —pensaba— no sería capaz de enhebrar ninguna aguja.
—¿Cómo puedo meter un hilo por un agujero tan pequeño? Es imposible. ¿No será cosa de brujas?
Y es que Ogro tenía un costurero; eso es, un costurero. Un hermoso costurero que le había regalado su madre, Ogra, cuando se hartó de coserle la ropa y le dijo que si no la cosía él, que la llevara rota, que a ella le daba igual. Que ya era hora de que se las arreglara él solito.
—Ya eres muy mayor, hijo, para depender de mamá —dijo muy firme.
Y lo despachó el día de su cumpleaños con un hermoso costurero.
Ogro llevó el costurero a su casa a regañadientes y, además de no contarlo a nadie, lo olvidó en el fondo de un cajón de la cocina justo hasta el momento en que quiso ponerse la camisa de rayas anaranjadas y vio que le faltaba un botón. El costurero tenía de todo, pero el dedal no le servía y además no tenía hilo anaranjado.
Aquella tarde tenía que estar guapo porque le esperaba su amiga muy amiga, Rosa, que de un momento a otro saldría de trabajar del supermercado. Esta vez no podía pedir auxilio a su madre porque sabía que su madre no le ayudaría, y tampoco a su amiga Hada, porque Hada estaba de viaje, en el “Congreso de Hadas para la Revolución de los Sueños”, en la Cuidad de los Encantamientos.  Cierto que le Revolución de los Sueños era más bien un congreso de psicología infantil, y la Cuidad de los Encantamientos era, ni más ni menos, que Cuenca. Pero a su amiga Hada le gustaban mucho estas cosas y ponía nombres extraños a todo. Era un poco fantástica Hada, es decir, Telma.
Total, que Ogro estaba solo, así que tenía dos caminos: o ponerse otra camisa o poner el botón que se había caído. Pensó en Rosa y se le pusieron los ojos en blanco porque Ogro, es decir, Bartolo, estaba enamorado de Rosa, eso era evidente. No podía presentarse ante ella como un desarrapado.
De momento, optó por ponerse otra camisa. Era lo más fácil y lo más rápido. Pero ¡quiá! ninguna le sentaba tan bien como la camisa de rayas anaranjadas, pues hacía juego con su pelo anaranjado también y sus ojos verdes parecían más verdes, y estaba dispuesto a que Rosa lo encontrase guapísimo y aceptara ir con él al cine aquella tarde.
Nada, Ogro tenía que coser el botón de su camisa, no había más remedio, así es que salió a la calle y caminó hasta la mercería que estaba llena de gente  comprando botones, hilos, cintas, corchetes y un montón de cosas más.
—Buenos días —saludó Ogro.
—Buenos días —contestaron los clientes y la mercera.
—¿Y usted qué desea? —le preguntó la mercera muy amablemente.
—Pues yo quería unas agujas de coser, con un agujero bien grande, hilo color naranja y un dedal en el que me quepa este dedo —repuso Ogro enseñando el dedo corazón de su mano izquierda.
—Pero es mejor que lo probemos en el dedo corazón de la mano derecha —repuso la mercera sin inmutarse—, el dedal se pone en el dedo corazón de la mano derecha, a no ser que sea usted zurdo, claro.
—Pues no, no soy zurdo, creo que me equivoqué de dedo —contestó Ogro un poco azorado.
—Con las agujas y con el hilo no hay problema —dijo la mercera mientras le miraba el dedo corazón como si lo estuviera midiendo—, pero no sé si tendré dedales del tamaño de su dedo.
Ogro sufrió una ligera desilusión pero enseguida se repuso. Cosería el botón aunque la aguja lo pinchara bien fuerte, no podía ir a recoger a Rosa con la camisa sin un botón, ¿qué diría ella? Pensaría que era un desastre y un desaliñado. No era momento de exponerse a no aparecer impecablemente vestido delante de su amiga muy amiga.
En aquel momento la mercera llegó con una caja viejísima de latón y la abrió delante de él. Allí había dedales de casi todos los tamaños que uno se pudiese imaginar y Ogro se dispuso a probar dedales hasta encontrar uno en el que cupiera su dedo. Probó varios y todos le quedaban pequeños, pero no se desanimó y siguió revolviendo en la caja.
—¿No encuentra nada? —preguntó la mercera atentísima—. Espere un momento, termino con esta señora y le ayudo.
Ogro siguió probándose dedales sin éxito hasta que la mercera terminó de atender a la señora y buscó, con muy buen ojo, un dedal adecuado. Era el más grande que había en la caja; se conoce que ella estaba acostumbrada a vender dedales grandes y pequeños porque acertó con el primero. Ogro se lo puso y vio que le sentaba de maravilla. Además sintió que su dedo estaría protegido de las agujas para siempre.
—Sí, éste está bien, señora mercera, muchas gracias —repuso Ogro francamente agradecido por la ayuda.
Era una buena forma de empezar, así que recogió sus compras, pagó el importe y se fue a casa otra vez. Estaba seguro de que sería muy capaz de poner el botón a su camisa y que ya estaba todo solucionado.

OGRO, ES DECIR, BARTOLO, SE DA CUENTA DE QUE NO ES TAN FÁCIL PONER UN BOTÓN.
Pero una cosa es que se desee poner un botón y otra poner un botón, y Ogro tuvo que reconocer que, de aquel asunto de botones, estaba a uvas, y que no era tan sencillo.
Llegó a casa, se sentó cómodamente en una silla de la cocina, abrió su costurero (por primera vez en su vida agradeció sinceramente el regalo de su madre) y después lo primero que hizo, lógicamente, fue ponerse su flamante dedal. Era un dedal plateado, como uno que tenía su mamá desde hacía quién sabe cuántos años. Ogro sonrió viendo su dedo tan bien protegido y recordando el pinchazo de por la mañana. ¡Ya podían venir todas las agujas del mundo, su dedo estaba blindado contra las agujas!
—Ahora no tendré problemas con las agujas —pensó—. Soy un as poniendo dedales y botones.
Ogro, de momento, era un as poniendo dedales. Lo que no se podía imaginar es que, justo en ese momento, empezaban sus problemas con el dichoso botón, porque ponerse un dedal es la parte más sencilla del trabajo.
Entonces Ogro se sentó cómodamente en una silla de la cocina, abrió el costurero, se puso el dedal y en aquel momento se dio cuenta de que no tenía allí ni la camisa ni el botón.
—Qué poco organizado soy —pensó dando la razón a su mamá cuando ella le decía estas cosas e intentaba enseñarle a ser ordenado.
Se levantó y fue a su dormitorio a buscar la camisa y el botón. Cuando volvía sonó el teléfono. Era Hada desde la Ciudad de los Encantamientos, es decir, desde Cuenca, en la que tenía lugar el Congreso de Hadas sin Fronteras, o lo que es lo mismo, de auxiliares de psicólogos y psicólogas infantiles o, como Hada le llamaba, HSF. Los auxiliares se encargaban de cuidar de los niños y de evitar que tuviesen miedo mientras esperaban en la consulta. Era una labor preciosa y Hada, que era algo especial, tenía una varita mágica, de plástico amarillo y que no servía para nada, pero varita mágica al fin y al cabo.
—¿Diga? —contestó Ogro descolgando el inalámbrico.
—Hola, amigo Ogro, soy Hada. ¿Cómo te va?
—Pues me va muy bien, Hada, me va de maravilla, estoy poniendo un botón que se ha caído —presumió Ogro muy inflado.
—¿Pero tú sabes poner botones? —preguntó Hada bastante incrédula.
—Pues claro, Hada ¿qué te crees? Claro que sé —contestó Ogro seguro de que su amiga se iba a tragar semejante bola.
—Pues estupendo, Ogro, me alegro mucho de que sepas coser —dijo Hada sin creerse ni una palabra—. En unos días regreso, así que ya nos veremos, ¿de acuerdo? Recuerda que aún te falta aprender a hacer la compra. Un beso, Ogro, y hasta pronto.
—De acuerdo, amiga. Hasta pronto, un beso —contestó Ogro.
Entonces recordó el episodio del pollo y la sopa un poco mosqueado porque Hada no se había olvidado del asunto de la compra, lo que él sí había olvidado, y porque aprender a comprar no era algo que le hiciera mucha ilusión precisamente.

OGRO ESTÁ EMPEÑADO EN PONER EL BOTÓN
Y los dos colgaron. Ogro se fue a la cocina de nuevo a seguir peleándose con su botón. Se sentó, cogió la aguja y el hilo anaranjado y se puso a enhebrarla sin demasiado éxito. El hilo se doblaba y no quería entrar en la aguja, así que Ogro le cortó un trocito con las tijeras, como había visto hacer a su mamá, y volvió a intentarlo una y otra vez, pero no había manera, el hilo se doblaba y no entraba por aquel agujero que a Ogro se le antojó el agujero de aguja más pequeño del mundo, a pesar de que la mercera le había vendido unas agujas con el agujero más grande que existía. Y era igual que Ogro sacara la lengua y la apretase con los dientes, el hilo no entraba en la aguja. Ni a la fuerza ni de ninguna manera.
Acercaba y alejaba la aguja, pero nada, no era posible, el hilo se negaba a entrar en el agujero de la aguja. Se levantó para ir a la ventana a ver si, con más luz, podía conseguirlo y, al levantarse, tropezó en el costurero que dio la vuelta y se cayó al suelo la caja de alfileres… ¡Qué horror! Todos los alfileres desperdigados por el suelo, ¡todos! No había quedado dentro de la caja ni uno.
Suspiró profundamente contrariado, se armó de paciencia y se dispuso a recoger los alfileres, uno por uno, antes de enhebrar la aguja.
—Uno por uno, eso para acabar de fastidiar, claro. Uno por uno —pensaba—. Anda que no hay alfileres aquí; hay miles y miles y miles de alfileres.
 Ogro hablaba en voz alta como si alguien pudiera escucharlo.
—¡Caray con los alfileres!
Ogro seguía recogiendo alfileres, había tantísimos que talmente creyó que jamás acabaría de recogerlos.
Poco a poco, uno a uno, al fin terminó. Cerró la caja de los alfileres y la puso dentro del costurero. Alejó el costurero al centro de la mesa —era una medida de lo más prudente para que no cayera de nuevo—, y se dispuso a sentarse. Ogro ya había aprendido algo: a no dejar el costurero de cualquier manera para que no se cayesen los alfileres.

OGRO NO HABÍA REPARADO EN QUE LA SILLA ESTABA TAMBIÉN LLENA DE ALFILERES.
Ogro estaba totalmente decidido a coser aquel botón como fuera, o ganaba el botón o ganaba él, y veía la preciosa cara de Rosa como en una nube y aquel botón tenía que quedar cosido a la camisa, faltaría más. Rosa tenía que verlo vestido como un elegante caballero. Y se sentó.
—¡¡¡Ayyy!!! ¡¡¡Huyyyy!!! ¡¡¡Ayyyyyyyyyyyyyyyyyy!!!!
Ogro se había clavado tres o cuatro alfileres que habían quedado sobre la silla y ¡vaya cómo dolían! Tuvo que irse al cuarto de baño a sacar los alfileres de su pantalón y que se le habían clavado en salva sea la parte, y a ponerse mercromina en los pinchazos.
—¡¡¡Pues vaya historia!!! ¡¡¡Cómo duele!!! ¡¡¡¡Ayyyyyyyy!!! —exclamaba mientras se arrancaba los alfileres con muchísimo cuidado.
Cuando terminó volvió a la cocina, recogió los alfileres de la silla y se puso a enhebrar la aguja de nuevo. Pero nada. No era su día, estaba convencido. Pero aquel hilo entraría en aquella aguja sí o sí. Igual se quedaba ciego, pero el hilo entraría en la aguja. Bueno era él.
Entonces tuvo una idea, recordó que había visto miles de veces a su mamá mojar el hilo con saliva y así lo hizo. Mojó el hilo en saliva. Claro, así parecía más tieso.
—¡Caray…! ¿Eso es!
El hilo entró como un cohete en el agujero de la aguja. Ogro casi no lo podía creer, al fin todo empezaba a salir bien.
—¡¡¡Uauuuuu!!! jejeje, ya está. Hala, a coser —dijo Ogro en voz alta.
Ogro cogió el botón, la camisa, aseguró el dedal en el dedo corazón de la mano derecha, cogió la aguja con el hilo y la clavó en la tela, justo en el sitio en el que estaba el botón antes de caerse. Entonces tiró de la aguja y del hilo y el hilo salió por el mismo sitio que había entrado.
—¡¡¡Huy!!! ¡¡¡Se ha salido!!!
Entonces recordó que el hilo necesitaba un nudo y aquello ya fue el colmo. Hacer un nudo en el extremo del hilo no era cosa de broma. Lo intentó un montón de veces, enredó el hilo otras tantas, así que tuvo que cortarlo y enhebrar la aguja de nuevo.
Mientras enredaba el hilo en la aguja, la aguja en la tela, la tela en la mano, se le caía el botón, y las rayas de la camisa lo mareaban, llamaron a la puerta. Ogro se levantó —en el fondo aliviado de descansar un poco de tan dura tarea—, y fue abrir.
¡Era su madre! ¡Estaba salvado! Bueno, eso creía él; como siempre, Ogro esperaba que los demás le hicieran las cosas pero su mamá ya no estaba por la labor.

LA MAMÁ DE OGRO YA NO COSE BOTONES
Ogro fue abrir la puerta y se llevó una gran alegría, no sólo porque fuera su mamá quién llamaba, sino porque lo sacaría de aquel terrible apuro.
—Hola, mami. ¡Qué guapa estás!
Ogro hablaba muy zalamero, pero con sinceridad, pues su madre estaba guapísima, con una pamela y un vestido floreado y unos zapatos y un bolso rojos.
—¿Adónde vas tan hermosa, mami? —preguntó Ogro.
—A un concierto —repuso su madre muy alegre.
—¿Pero no irás sola?
—No, no, voy con mi amigo Romualdo y con la señora Teopista, y luego iremos a cenar por ahí.
—Ajá, eso está muy bien —contestó Ogro a quien encantaba que su mamá saliera y tuviese amigos.
 —¿No tendrás mucha prisa, verdad? —preguntó Ogro con cierta preocupación.
—Pues no —repuso Ogra, es decir, Bartola—, no tengo mucha prisa, me sobran unos minutos, así que puedes  hacer un café y nos lo tomamos juntos.
Ogra no conocía las intenciones de su hijo respecto al botón.
—Estupendo, lo haré encantado y tú, mientras yo preparo el café, ¿me coses este botón en esta camisa, por favor? —preguntó Ogro con muchísima educación.
—Ni hablar, hijo, ni lo sueñes —determinó su mamá contundente.
Ogro, en un instante, se imaginó la cara de Rosa, el gesto desagradable que ponía y cómo su amiga muy amiga lo mandaba a paseo...

Continuará.

2 comentarios:

  1. Cómo me gustó la historia de Ogro. Divertida, divertida.Eres una gran cuentista. Que no quiero decir que tengas cuento. Espero por el "continuará.

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    Respuestas
    1. Pues fíjate tú, creí que no los iba a leer nadie y tengo un montón de entradas, incluso del extranjero. Esto de Internet es la monda lironda.
      Bueno, güelina. Ya puedes ir recordando cómo se cuentan cuentos para que cuando vuestro pitufo crezca un poco, se los cuentes. Es el mejor oficio del mundo y el mejor remunerado. Cuentos... cuentos... cuentos... Gracias por leerlos y bicos.
      ¡Ah! de "gran" nada. Una más de entre la miríada de escritoras desconocidas que pueblan estos lares. Más bicos.

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