Abeja

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miércoles, 27 de junio de 2012

Continuación.

BARTOLO APRENDE A PONER BOTONES.

Ogro vio, en un momento, todos sus sueños por tierra, Rosa con su preciosa cara poniendo gesto de no creer lo que veía... él en la acera viéndola marcharse... ¡Qué horror! Pero mamá, que no sospechaba la tormenta que había en su corazón, siguió hablando.
—Voy hacer algo mejor, hijo—repuso mamá viendo la cara de consternación que se le había quedado a su hijo.
— Te enseñaré a coser botones.
—Muchas gracias, mamá. ¡Qué buena eres…! En un momento preparo el café.
 Ogro, es decir, Bartolo, ya estaba más tranquilo, aunque, sinceramente, lo que quería era ver el botón cosido en la camisa cuanto primero mejor. Ya aprendería en otra ocasión a poner botones. Pero su madre pensaba de otra manera.
—¿Y este lío que tienes aquí, Ogro? —preguntó su madre cogiendo la camisa de la que colgaba el hilo sin la aguja, que se había caído al suelo.
—Pues… Ya ves, no sé poner un botón, pero si me enseñas…—contestó Ogro algo avergonzado.
Ogro esperaba, más o menos, una respuesta como ésta:
—“Hijo, anda, tú no te preocupes que yo te pongo el botón”
Y Ogro ponía tal cara de circunstancias que, de no ser porque mamá ya sabía de memoria todos sus trucos, hubiese cedido. Se  hizo la loca y cogió la camisa de rayas anaranjadas para ver dónde faltaba el botón.

OGRO SOÑABA DESPIERTO
Ogro, es decir, Bartolo, enseguida se dio cuenta de que aquél era el más disparatado de los sueños. Buena era mamá para consentirle lo que no debía consentirle.
—Claro que te enseño, por supuesto. Ahora mismo.
Eso dijo mamá para tranquilizarlo, mientras recogía la aguja del suelo, enhebraba la aguja como una Maestra Enhebradora de Agujas y la pinchaba en la camisa para que no se perdiera.
Ogro la miraba por el rabillo del ojo mientras preparaba el café —en justicia hay que decir que Ogro hacía un café buenísimo— y se apuraba todo lo que podía, pues el tiempo pasaba muy rápido. Y sabía de sobra que, de una u otra manera, sería él quién acabaría cosiendo el botón. De eso no cabía la menor duda. Él pondría el botón, por supuesto.
Sirvió un estupendo café para los dos, sobre una bandeja y con un mantelito primoroso; cuidó con esmero los detalles: las tazas sobre los platitos, las servilletas de merienda a la izquierda… la cucharilla, el azucarero limpísimo, lleno de azúcar integral; unas pastas de almendra sobre una bandejita impoluta y un café que olía a gloria en una preciosa cafetera.
—¡Qué maravilla, hijo! —alabó su madre probando el café muy caliente, tal como a ella le gustaba.
—Es un café excelente, me encanta, muchas gracias, hijo —dijo su madre mientras terminaba también su café—. Las pastas son estupendas —afirmó también mamá.
—¿Me enseñas ahora a poner el botón, mamá? —preguntó Ogro con premura.
—Primero recoge el servicio del café, lávalo y guárdalo, hijo. Cada cosa a su tiempo.
A Ogro ni se le hubiera ocurrido protestar ni contradecir a su madre porque se estaba jugando mucho, así que en un periquete, recogió, lavó y guardó el servicio del café.
—¡Ya está! —exclamó cuando guardaba la última cucharilla en el cajón.
—Pues ahora te sientas —dijo mamá— y vas haciendo lo que yo te diga.
—De acuerdo —contestó Ogro dispuesto a no perder un detalle de aquella clase magistral de poner botones.
—Mira, lo primero que hay que hacer, después de enhebrar la aguja,  es un nudo para que no se salga el hilo. Así, mira —y la mamá de Ogro enroscó delicadamente el hilo en le índice de la mano derecha, se ayudó con el pulgar retorciéndolo un poco, e hizo un nudo primoroso en el extremo del hilo, y todo con una sola mano.
—Ahora tú, hijo, inténtalo —pidió ella.
Y Ogro hizo un nudo, no muy bien, pero servía.
—Bien —dijo su madre con mucha dulzura—, ahora coge la aguja y pincha en el sitio en el que estaba el botón.
Y Ogro cogió la aguja con el hilo. Tiró más de la cuenta y desenhebró la aguja. Puso tal cara de pena que su mamá sintió una ternura infinita por él. Al fin y al cabo su hijo no era muy mañoso, mejor dicho, era más bien un desastre, pero estaba poniendo mucha voluntad y hacía otras muchas cosas bien pues era un excelente trabajador. Era pintor, pintaba casas y tenía mucho trabajo porque lo hacía a la perfección y cobraba lo justo. Pero ella, la mamá de Ogro,  entendía que hay cosas que todos debemos saber hacer aunque no las hagamos tan perfectas.
—No te preocupes, hazlo de nuevo. Sin prisas.
Ogro así lo  hizo, enhebró la aguja a la primera, pues ya le  había cogido el truco, hizo un nudo regular, pero era un nudo, y se puso muy contento.
—Ya ves —dijo mamá—, no hay nada imposible si se quiere hacer. Hoy es un botón, mañana puede ser un zurcido, otro día coser el bajo de un pantalón.
—¡Oh, no! —pensó Ogro— no se veía él haciendo de costurera. Es que aquello era una emergencia, y botón más o menos no importaba, sobre todo por una buena causa. Y la causa era la cara de Rosa que resplandecía otra vez en su imaginación.
—Pero de eso a hacerme sastre —seguía pensando, sólo pensando, nada de descubrirse delante de mamá por si se ofendía y se largaba—, o zurcidor profesional hay un abismo insalvable.
Ogro estaba dispuesto a poner el botón y también aprender a poner el botón para posibles emergencias en el futuro, y se acabó.

AL FIN ESTÁ PUESTO EL BOTÓN Y OGRO, DE MOMENTO, ESTÁ COMO UNAS CASTAÑUELAS.
—¿Ves, hijo? ¿Te das cuenta? No es tan difícil. Es el primero que coses, irás mejorando poco a poco.
—¡Ya lo creo! —contestó Ogro diciéndose para sus adentros que sería el primero y el último botón que cosería, al menos de momento.
—A propósito —siguió mamá—, tengo un montón de botones que poner en algunas cosas mías. Desde que me jubilé no tengo tiempo para nada; ya sabes: conciertos, el cine, mis partidas de  mus, los viajes del INSERSO, el coro… no tengo tiempo para  nada, para nada.
Ogro empezó a temblar sin saber muy bien por qué.
—Como estás de vacaciones —continuó su madre sin inmutarse—, mañana te las traigo y así haces prácticas de poner botones, ¿te parece bien?
Ogro sabía que lo de “¿te parece bien?”, su mamá lo decía por decir. Daba igual cómo le pareciese a él. Mamá era mamá y lo que mamá mandase, se hacía, aunque no le pareciese nada bien, pero no merecía la pena protestar.
Mañana, a primera hora, su mamá le traería un montón de trapos a los que él tendría que poner botones, un montón de botones, de eso no tenía la menor duda.
Pero… de momento… tenía su camisa arreglada e iría con Rosa al cine. Mañana era otro día; hoy tocaba disfrutar de lo lindo con la compañía de su amiga muy amiga, así que cada cosa a su tiempo.
—Bien —dijo mamá—, me voy, que ya se me hace tarde. Me alegro mucho de verte hijo, y de que vayas aprendiendo cosas. Ahora recoge todo, guarda todo bien, te pones guapo y mañana nos vemos.
Con éstas, la mamá de Ogro se marchó al concierto. Ogro optó por hacer lo que le habían mandado. Recogió todo, se duchó, se puso su mejor colonia, se vistió elegantísimo con su camisa de rayas anaranjadas y se fue a buscar a Rosa.
Esperó a Rosa un ratito, hasta que la vio llegar por la acera muy contenta y muy elegante también.
—Hola, Rosa —y Ogro sonreía la mar de feliz.
—Hola Ogro, ¡qué camisa tan bonita llevas! Me encantan las rayas anaranjadas ¡Qué bien te sienta! —decía Rosa admirada—. Son iguales que el color de tu pelo; estás guapísimo.
—¿De veras? —contestó Ogro más orgulloso que un pavo—.También es mi preferida. He estado cosiéndole un botón que se  había caído —dijo como quien no quiere la cosa, pero seguro de que su amiga se iba a interesar por su maña y su arte de poner botones.
—¡No me digas que sabes coser botones! —Rosa estaba sorprendida de veras.
—Pues claro que sé, y cocinar…
Rosa lo miraba con auténtica admiración. Ogro no dio más explicaciones. En justicia sí sabía poner botones, no muy bien, pero sí sabía. Y sabía cocinar, sólo pollo asado, pero en cuanto volviera Hada, cocinaría mejor que el mejor chef. En cuanto a los botones… ¡anda que no iba a poner botones! Pero eso, mañana.
Se sentía muy feliz y Rosa tenía la cara más bonita del mundo, así que ni botones ni pollos ni nada le importaba a Ogro, es decir, Bartolo, en aquel momento. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de ver más veces a su amiga muy amiga y pasear con ella e ir al cine. Aquella era una tarde muy especial y se sentía muy contento. Si mañana llovían botones, sería mañana.

Fin del segundo cuento.
En el siguiente, el tercero, Ogro, es decir Bartolo, aprende a comprar sardinas.

2 comentarios:

  1. Pelín aprovechada, sí. Pero en beneficio de Bartolo, todo hay que decirlo.
    Gracias, Miga.

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