Abeja

Controles de la abeja

domingo, 3 de junio de 2012

PRESENTACIÓN




AVENTURAS Y DESVENTURAS DE BARTOLO Y TELMA


Hola, niños y mayores, os presento "Aventuras y desventuras de Bartolo y Telma": un rincón para que paséis un rato cuando no tengáis que estudiar y estéis aburridos.
 Los cuentos son cuentos, pero la cuestión es que suelen ser divertidos, o emocionantes, o sorprendentes... o las tres cosas juntas y muchas más.                            
Como a mí me gusta escribirlos, lo único que necesito es que los leáis y, si os gustan, me lo digáis; y sino, también. Podéis hacer sugerencias o contarme cómo os gustaría que fuese. Podéis cambiarle el final, el principio, añadir personajes, quitarlos (por molestos o antipáticos...) También podéis mandarme dibujos y  yo los incluiré en el cuento.
Espero que colaboréis y dejéis volar vuestra imaginación con las cosas que le pasan a nuestros personajes; Bartolo, el pobre, es bastante desastroso pero a lo mejor le podéis ayudar.
Un beso a todos. Espero que lo paséis estupendamente con Bartolo y Telma o, lo que es lo mismo -y pronto sabréis el porqué-,  con Ogro y Hada.



Primera trilogía:
Bartolo se pone el delantal:
                1.-Bartolo aprende a cocinar
                2.-Bartolo aprende a coser un botón 
                3.-Bartolo aprende a hacer las
                   compras.



Aquí tenéis el primer cuento: se trata de una trilogía: tres cuentos -en este caso el primero de ellos-, que cuenta las desventuras de Bartolo, un chico que tiene que aprender a valerse por si mismo, en su casa, porque no sabe hacer nada de nada, y que... digamos que no es muy hábil.
A ver si podéis ayudarle porque anda un poco despistadillo...

AVENTURAS Y DESVENTURAS DE BARTOLO Y TELMA
PRIMERA TRILOGÍA

PRIMER CUENTO:
BARTOLO APRENDE A COCINAR

Ogro —o lo que es lo mismo, Bartolo, porque Ogro era su apodo—, estaba de vacaciones y tenía hambre. Tenía mucha hambre y se había cansado de comer fiambres,  pan seco, nueces y yogures. A Ogro le encantaba comer bien, recordaba siempre las riquísimas comidas que le hacía su mamá, Ogra, cuando vivían juntos. Es lógico que mamá cocinase bien y que a Ogro le gustase tanto comer bien, pues descendían de una antiquísima raza de hombres del Norte, los que, a su vez, parece ser que eran descendientes de los hombres que poblaban los bosques, a los que llamaban Ogros aunque no lo fueran.
En realidad, Ogro se llamaba Bartolo. Pero todo el mundo le llamaba Ogro y a él le encantaba, así que casi había olvidado su verdadero nombre. Su mamá se llamaba Bartola, pero también le llamaban Ogra, por el mismo motivo. Ella y su hijo se parecían como dos gotas de agua.
Aquel apodo tal vez se debía a su aspecto: bajitos los dos, gordos sin caer en la exageración, con el pelo encrespado y rojo —aunque su mamá ya peinaba canas—, la nariz como una nuez grande y algo colorada, los ojos verdes y muy grandes, las manos pequeñas, y los pies tan grandes que sólo podían calzar un número cuarenta y cinco de botas. Ciertamente, no eran muy agraciados, pero eran simpáticos y muy buenas personas y todo el mundo los quería.
 Aquel día Ogro, es decir, Bartolo, tenía un hambre atroz y se le ocurrió que podía llamar a su amiga Hada, que era una excelente cocinera, para que le preparase una sopita, un pollo asado con ensalada y un flan de postre.
A Hada le pasaba algo parecido a Ogro. En realidad se llamaba Telma, pero como era la auxiliar de los psicólogos infantiles, le dieron en llamar Hada porque tenía una facilidad pasmosa para descubrir y evitar los malos sueños a los niños pequeños. Siempre estaba dispuesta a ayudar, de noche o de día, a cualquier hora que hubiese un niño durmiendo y tuviera pesadillas.
El menú que había pensado Ogro era estupendo. Pero, claro, él sí sabía comer, lo que no sabía era cocinar, así que ni corto ni perezoso, la llamó por teléfono.
—Hola, amiga Hada, buenos días —saludó con muchísima educación—. ¿Cómo estás hoy?
Hada, es decir, Telma, acababa de despertarse, pues había pasado la noche muy agitada, cuidando el sueño de los niños que no podían dormir. Estaba agotada y soñolienta y bostezaba sin parar.
—Hola, amigo Ogro. ¿Qué ocurre para que me llames a estas horas? Sabes de sobra que me acuesto de madrugada y por eso me levanto tan tarde. ¿Qué quieres?
—Es que, verás —le contestó Ogro con una voz muy suave—, estoy pensando que podíamos comer juntos. ¿Te vienes?
—¿Comer juntos? ¿Y qué has cocinado hoy, Ogro? —contestó Hada con cierto recochineo.
—Bueno, no he cocinado nada, ya sabes que no sé cocinar, pero si vienes cocinamos entre los dos.
—¡Ya! ¡Qué listo eres! Como la vez anterior y la otra y la de más atrás. Tú me invitas a comer, pero la que hace el trabajo soy yo.
—Pero yo hago la compra.
—Sí, claro. Tú te matas a trabajar, chico listo.
Hada parecía enfadada de verdad y siguió hablando mientras Ogro no decía ni mu.
—Pues si  haces el favor, haz la compra y hazte la comida, que invitaciones así no me hacen ninguna falta.
—No te enfades, mujer. Escucha, te propongo una cosa.
—A ver, ¿qué se te ocurre? Ya no me fío de ti, amigo, eres un inútil en la cocina y, lo que es peor, inútil porque quieres. Puedes aprender como todo el mundo —contestó Hada con un tono de voz muy serio.
—¡Eso, ya lo creo que sí! ¡Claro que puedo! ¿Qué te parece si yo hago la compra, me encargo de todo y luego te ayudo, pero de verdad, y así voy aprendiendo, y comemos juntos lo que cocinemos?
—Eres un caso pero, y por última vez, de acuerdo —contestó Hada—. En un par de horas estoy en tu casa y preparamos juntos la comida. Ahora vete a la compra porque yo voy a darme una ducha y luego tengo que ir a la peluquería y  hacerme la manicura.

OGRO, ES DECIR, BARTOLO, SE VA AL MERCADO PERO NO DISTINGUE UN POLLO DE UN CONEJO.
—Hola, buenos días —saludó Ogro cuando llegó su turno en la carnicería—. Quiero ese pollo de ahí y cosas para hacer sopa —pidió con mucho aplomo.
El carnicero lo miró pasmado. Lo que Ogro señalaba era un conejo, no un pollo. Entonces pensó que sería divertido tomarle un poco el pelo.
—Bueno, lo que pasa es que ese pollo tiene cuatro patas, pero si quieres le quito dos y le pongo plumas.
 El carnicero tenía tal tono de guasa que, claro, Ogro entendió que había metido la pata. Ogro se quedó pensativo un momento y cayó en la cuenta de que aquello no era un pollo, aunque no sabía qué clase de bicho era. Pero como no era nada tonto, respondió como si fuese un experto en comprar pollos:
—Verás, carnicero, confío en ti porque sabes mucho de vender pollos. Digo que tú escojas el pollo que me voy a llevar y lo que me haga falta para hacer sopa. Luego me lo preparas todo bien limpio.
El carnicero sonrió, no dijo nada más y preparó y limpió un hermoso pollo para asar. Lo envolvió en papel y después buscó lo necesario para hacer un buen caldo para sopa y también lo envolvió.
Ogro recogió la compra, se despidió con una sonrisa y una cara de satisfacción que hacía brillar sus ojos oscuros y su piel muy colorada. Entonces se dirigió al puesto de la verdura y compró una lechuga fresca y huevos, porque era lo único que sabía, más o menos, comprar. Se fue a su casa muy contento y después de ponerse las zapatillas, sacó todo del carrito para meter unas cosas en la nevera y las otras en el armario.
Desenvolvió el pollo y se quedó mirándolo.
—¿Conque esto es un pollo…? Bueno, pues ya no me confundiré más. Un pollo no es un conejo. Un pollo tiene dos patas y tiene alas. Un conejo tiene cuatro patas y no tiene alas. Aunque, bien mirado, cualquiera los distingue así, sin plumas ni nada. Por no traer, no trae ni cabeza. Ese carnicero debió de pensar que soy tonto.
Ogro, sin darse cuenta, estaba empezando a aprender, por lo menos, lo imprescindible para ponerse a cocinar.
Justo en aquel momento sonó el teléfono.


OGRO SE HACE UN LÍO CON EL POLLO
Ogro descolgó el teléfono.
—¿Diga?
—Hola, Ogro, soy Hada. ¿Ya has vuelto de la compra?
—Claro, amiga Hada. Ya tengo todo para hacer una buena comida —respondió Ogro muy contento.
—Muy bien. Pues ahora debes lavar bien el pollo, secarlo con un trapo muy limpio, y adobarlo con ajo, perejil, sal y un poquito de pimienta.
Ogro abrió tamaños ojos y no contestó.
—¿No me oyes? —preguntó Hada un poco impaciente.
—Sí —contestó Ogro bajito— te oigo pero, ¿qué es adobar y cómo se hace?
—Pues coges cuatro dientes de ajo… Sabrás lo que son dientes de ajo, supongo…
—Sí, sí, Hada, claro que lo sé —contestó Ogro que no tenía ni idea de que los ajos tuvieran dientes.
—Bien —continuó Hada—. Pues los pelas, los cortas menuditos, picas también un puñadito de perejil, muy menudo, lo pones todo en el mortero con una cucharadita de sal y un poco de pimienta, un chorrito de vino blanco de la mejor calidad, y lo machacas todo con la mano del mortero.
—¿La mano de qué? —la interrumpió Ogro atónito.
—Luego untas el pollo por dentro y por fuera con esa mezcla —prosiguió Hada sin hacerle caso—. Colocas el pollo así untado en una cazuela de barro hasta que llegue yo. Y mételo en la nevera para que no se llene de moscas.
—De acuerdo, Hada. Ahora mismo me pongo a ello —contestó Ogro.
Se puso a pensar en cómo sacarle los dientes al ajo y que no le mordiera y qué sería aquello de la mano del mortero. Y también pensó que en su casa no había moscas, que él, aunque no supiera cocinar, era muy limpio; y además, él sólo tenía vino de excelente calidad. ¿Qué se creía Hada?


OGRO CONSIGUE ADOBAR EL POLLO
Ogro se puso un delantal, se miró y remiró, dio unas vueltas por la cocina y se sintió muy interesante.
 —Ahora parezco un cocinero de verdad —pensó muy alegre.
Terminó de lavar el pollo y la carne para la sopa y fue en busca de unos ajos y del mortero… y de la mano del mortero. Pero él no veía la mano por ningún sitio. Entonces se le ocurrió que la mano debía de ser aquel chisme que parecía una maza pequeña, que era con lo que se machacaba todo dentro del mortero.
—Sí, esto es la mano del mortero —pensó.
Ogro se dispuso a trabajar con el mejor ánimo. Se sentía genial, un gran personaje, como si fuese el único hombre capaz de adobar un pollo.
Cogió una cabeza de ajos y la desmenuzó. En aquel momento se dio cuenta de lo que eran “los dientes de ajo”, pues se desprendieron todos y los vio sobre la encimera de granito separados unos de otros.
—¡Caray! Parezco tonto, je je je je —pensó, y se reía de si mismo—. No son dientes de verdad. ¿Cómo va a tener dientes un ajo? Pero es verdad que parecen dientes; pero claro, no son dientes, sólo lo parecen.
 Esto lo pensó en voz alta, pero con la intención de no contar jamás aquello a nadie, y mucho menos a Hada. Tampoco le contaría el asunto del pollo y del conejo. Hada se reiría de él el resto de su vida si se lo contaba.
Cuanto Ogro tuvo todo bien machacado en el mortero, untó bien el pollo, por dentro y por fuera, y lo dejó en la cazuela de barro dentro del frigorífico, tal como le había dicho su amiga.

OGRO SE VA A CHATEAR Y SE OLVIDA DE LA COMIDA

¿Os apetece saber cómo sigue el cuento y qué le pasa a este desastre de Bartolo? Pues

 CONTINUARÁ.

2 comentarios:

  1. Un placer inaugurar los comentarios de este blog Aurora. Me hiciste el honor de pasarme estos relatos hace meses, me ha encantado releer lo que has colgado.

    Un gran abrazo

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias, Diego. Ya sabes, a la fuerza ahorcan. Están escritas dos de las tres trilogías que pensaba escribir. Posiblemente me las publiquen en mi lengua vernácula, pero en castellano lo veo difícil, así que ¿por qué no hacerlo aquí? A lo mejor los lee algún niño, alguna niña... y también pesonas de más de diez años, y entonces sabré que no ha sido inútil tanto trabajo.
    Gracias de nuevo. Es un placer tenerte de nuevo con nosotros, se te echaba de menos. Me alegro mucho de tu viaje a Sicilia y de todo lo que has aprendido y compartes con tus amigos. Gracias.

    ResponderEliminar