Abeja

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sábado, 7 de julio de 2012

Continuación del III cuento de la I trilogía.

LÍO ES UN LIANTE
Ogro, es decir, Bartolo, llegó a casa y Lío salió a recibirlo a la puerta, algo que Ogro agradeció de corazón, aunque el animal aún no se dejaba acariciar ni tocar, pero todo se andaría, como decía su amiga Hada, es decir, Telma. Era cuestión de paciencia y mucho cariño, eso lo sabía él de sobra. Pero no cabía duda de que ya parecía el “señor de la casa”. Se había adueñado de cada rincón, olisqueándolo todo, marcándolo todo… frotándose contra los muebles, las paredes y las puertas. Los gatos son muy especiales, y éste con sus rayas grises y su barriguita con motas, era una preciosidad de gato, además tenía los ojos verdes como él. Lío se escapó a la cocina y Ogro fue detrás con su compra. Sacó todo del carrito y puso las sardinas en el fregadero envueltas aún en el papel. Eran tantas que sintió terror.
—Así que tengo que limpiar todo este enjambre de sardinas —pensó— y no sé por dónde empezar.
Fue a cambiarse de ropa, Lío quiso entrar con él en el dormitorio, pero Ogro estaba decidido a que el gato no entrara allí, pues un gato es un gato y ya tenía su rincón y el resto de la casa. Y a él le gustaban los gatos, pero con cierta educación. Su dormitorio era sagrado, era suyo, no un nido para gatos. Al fin, puso un pantalón de chándal y una camiseta y se fue otra vez a la cocina empeñado en limpiar las sardinas.
Se acercó al fregadero, les quitó el papel y, de pronto, brillaron —eso creyó ver él— cientos de sardinas como pequeños navíos plateados. Pero, ¿qué había que limpiarles? ¿Sería mejor llamar a Hada? Decidió que no, que mejor no decirle que no tenía ni idea de limpiar sardinas porque ya sabía de sobra su respuesta.
—Claro, claro —imaginaba que diría su amiga, y Ogro la imitaba hablando en voz alta y poniendo voz delgadita y remilgada, aunque Hada no hablaba así.
—Pues claro —siguió diciendo en el mismo tonillo imitando a Hada—, si no sabes limpiar sardinas… faltaría más. Ya sabía yo que no sabías.
Pero Ogro también tenía su orgullo, así que decidió que aquellas sardinas estarían relucientes cuando llegase su amiga. Se arremangó y se puso a trabajar. Cogió una sardina y la miró de cerca.
—¡Pero si está limpísima! —pensó— ¿Qué hay que limpiar aquí?
Entonces observó que le salía algo por un agujerito cerca de la cola y tiró de ese algo… ¡Era una tripa!
—¡O sea, las sardinas tienen tripas! —Ogro no podía creérselo. En los documentales de National Geographic que él veía en la tele y que tanto le gustaban, jamás, jamás, dijeron que las sardinas tuvieran tripas y él no tenía por qué saber lo que no le habían enseñado.
—Pues habrá que quitarles las tripas, digo yo —Y Ogro siguió tirando, pero cayó en la cuenta de que aquello era más complicado, así que observó mejor la sardina, desde la cabeza en la que brillaban rojas las agallas, hasta la aleta caudal. Entonces sacó las sardinas del fregadero y las puso sobre la encimera... y las sardinas resbalaron y fueron cayendo al suelo una por una. Sólo quedó en la encimera una docena más o menos.
En aquel momento llegó Lio al trote como si en vez de un gatito fuese un caballo, pues con su fino olfato había olido las sardinas. Lío frenó en seco su carrera. Primero miró extasiado las sardinas, luego empezó a olerlas y, por último, se metió de lleno en el montón de sardinas; cogió una entre las dos patas de delante, le clavó los dientes, se echó tan largo era sobre las otras sardinas y se dispuso a disfrutar de aquel banquete inesperado, como si fuese el único gato del mundo en el paraíso de sardinas.
Ogro no sabía qué hacer, si ir a buscar la escoba y asustar a Lío con ella, si dejar que se hartara de sardinas (alguna dejaría el gatito), si ponerse a recoger las sardinas y, como si no hubiera pasado nada, meterlas otra vez en el fregadero… y no contarle nada a Hada porque le darían asco. No era una decisión fácil.
Lío parecía feliz. Ogro sabía que Lío no se habría sentido tan feliz en toda su corta vida de gato. Por otra parte, ¿qué le diría a Hada? No era fácil contar aquello. Miró al gato, miró las sardinas de la encimera, miró el desastre del suelo. Miró a Lío que estaba probando todas las sardinas y no comía ninguna entera y las dejaba todas llenas de dentelladas… Miró al techo resignado…
—Pues nada, que se harte de comer —decidió Ogro—. Anda que no me queda que fregar y que limpiar aquí. Creo —siguió pensando— que ni el dichoso pollo asado, ni la sopa, me dieron la mitad de trabajo. Por no  hablar del montón de botones que tuve que ponerle a mi mamá en toda su trapería. Pero estas dos (se refería a mamá y a Hada, claro) ¿qué se habrán creído? Voy de mal en peor.
Y dejó al gato que, en unos minutos, se largó por el pasillo perfumando toda la casa de olor a sardinas y revolcándose por la alfombra. Marcó bien marcada la alfombra con olor a sardinas. Se tendió orondo y feliz en su cojín de la esquina, se lamió las patas, la cola, pasó la lengua por todos los sitios que alcanzaba de su anatomía de gato, se estiró, dio unas vueltas sobre el cojín buscando el mejor acomodo, se echó, recogió las patitas delanteras bajo él, bostezó largamente y se quedó profundamente dormido.
—Al menos —pensó Ogro viendo a su gatito tan feliz y descuidado— hay alguien contento en esta casa.
A Ogro le daban ganas de llorar, pero como no iba a servirle de nada, se dispuso a limpiar aquel desaguisado. No fue fácil, el suelo estaba pringoso y lleno de pequeñas escamas de sardina que no había manera de sacar sino con la mano, y una por una. Le llevó mucho tiempo dejar la cocina en condiciones, por no hablar de la alfombra que enrolló para llevarla a la tintorería.

OGRO NO SE DESANIMA (del todo) Y CONSIGUE LO QUE SE HABÍA PROPUESTO.
En fin, una vez que la casa estuvo limpia, tan limpia como a él le gustaba, se dispuso limpiar también las sardinas. Y como ya nada le podía salir peor, lo tomó con mucha paciencia y después de mirar y remirar cada sardina, cayó en la cuenta de abrirlas por el medio y así salía toda la tripa, les quitó también las agallas y las escamas con mucho cuidado. Esto último después de machacar unas cuantas y dejarlas inservibles. La verdad es que había más sardinas en la basura que limpias en el plato.
—Para aprender, hay que perder —y Ogro, sin darse cuenta, estaba repitiendo lo que había oído tantas veces a mamá.
Indudablemente, se aprendía haciendo las cosas, primero mal, luego regular, y luego un poco mejor y así. Todo el mundo podía hacer casi cualquier cosa si se lo proponía.
¡Y llegó Hada! Olía a virutas de abedul, traía esta vez algunas en el pelo y bastante serrín.
—Hola, Ogro, ¿cómo va todo? —preguntó Hada muy amable.
—Estupendamente, amiga —contestó Ogro, que acaba de comprender que no estaba bien molestar a nadie con quejas absurdas. Cada uno debía resolver sus problemas y no incordiar. Al menos eso ya lo había aprendido. Los amigos y la familia están para las verdaderas necesidades, no para hacerle a uno el trabajo.
—Muy bien, amigo. Si me permites me voy a duchar en tu baño —siguió diciendo Hada—, luego freímos las sardinas y hacemos las verduras a la parrilla con una salsa. ¿Te parece bien?
A aquellas alturas de la historia, a Ogro ya le parecía bien casi todo. Lo que quería era terminar de una vez y quedarse tranquilo. Le daba igual que Hada cocinase verduras a la parrilla como que las pusiera crudas en el plato. Estaba cansadísimo, pero como sabía que eso no era una excusa dijo:
—Claro, Hada, dúchate, yo voy poniendo la mesa, así ya está hecho.
—Ajá —contestó ella con su voz más alegre mientras salía de la cocina.
Y cuando iba al cuarto de baño, en la esquina del pasillo, se encontró con Lío.
—¡Tienes un gato! —dijo Hada sorprendidísima de aquella novedad.
—Sí, tengo un gato —contestó Ogro lacónicamente.
—¡¡¡¡¡Esssss precioooooooso!!!! —dijo ella acariciando a Lío muy suavemente como les gusta a los gatos que los acaricien. Y es que Hada tenía buenas vibraciones para los gatos y se dejaban acariciar por ella siempre.
—A mí no me deja tocarlo —repuso Ogro un poco contrariado de que su gatito se portase mejor con Hada que con él.
—No te preocupes —replicó Hada con indiferencia—. Ya te dejará, tú dale tiempo. Pero ten en cuenta que los gatos son muy suyos y muy independientes, y se dejará tocar cuando él quiera. No lo fuerces ni lo agobies. Ya verás, cuando menos lo pienses, se te acerca y él acaricia con su cabeza y te lame mientras ronronea.
Hada se fue al cuarto de baño, se duchó y volvió a la cocina. Miró el plato de sardinas primorosamente limpias y dijo:
—¿Pero no eran dos kilos de sardinas las que  habías comprado, Ogro?
—Eran —repuso Ogro con paciencia infinita—, pero ya no son. Lío se ha comido algunas. Otras las destrozó sin remedio. Yo tuve que tirar algunas, y ésas son las que quedan. Media docena  más o menos.
Y Ogro y Hada se miraron y se pusieron a reírse a carcajadas, de tal manera que no podían parar. Acabaron llorando de risa, con mucho alboroto y cogiéndose la barriga que ya les dolía de tanto reírse.
Al fin se serenaron. Prepararon la comida, sardinas fritas y verduras a la parrilla con salsa especial; no sobró ninguna para poner en vinagre.
—¡Mejor! —pensó Ogro— Ya estoy  harto de sardinas por hoy.
Pero no dijo en voz alta ni una palabra.
 Se pusieron a comer alegremente y con buen apetito. Las sardinas y la verdura estaban deliciosas, calentitas y crujientes, y mientras tomaban café y hablaban de lo divino y lo humano, Hada preguntó.
—¿Y qué has hecho estos días, Ogro?
—Pues, además de aprender a poner botones —se sinceró Ogro—, salí con Rosa, mi amiga muy amiga.
—Te gusta mucho Rosa, ¿verdad? —preguntó Hada.
—Sí, me gusta mucho Rosa, mucho, mucho, muchísimo.
Y Ogro, es decir, Bartolo, ponía los ojos en blanco mirando al techo como el más rendido de los enamorados.
—Me alegra que tengas una amiga muy amiga, Ogro. Es estupendo.
—Pues claro, Hada. Además, Rosa es guapísima. Ayer fuimos al cine y…
Ogro habló por los codos, contó lo hermosa que era su amiga muy amiga y contó que le había dicho que lo encontraba tan atractivo con aquella camisa… Siguieron hablando y hablando y cuando ya habían terminado de fregar los cacharros y de recogerlos, esta vez entre los dos, Hada se despidió.
—Bueno, amigo, gracias por tu gentileza. Ahora debo marcharme, pues me voy a dormir un buen rato ya que esta noche toca ronda de sueños, y si no duermo no puedo atender a mi trabajo en la carpintería ni a mis obligaciones como auxiliar de psicólogo infantil de la ONG Hadas sin Fronteras.
—De acuerdo, Hada, espero que tengas un buen descanso —deseó él sinceramente a su amiga.
—A propósito, amigo —y volvió sobre sus pasos—, ya hablaremos con calma, pero he pensado que, tal vez, y si quieres, el verano próximo podrías venirte conmigo de cooperante a India, a Rajastán.
A Ogro, en principio le pareció excelente la idea.
—Pero no me digas nada ahora, Ogro —pidió Hada—, te lo vas pensando y ya hablaremos.
—De acuerdo. Me lo pienso y hablamos cuando vuelvas, Hada.
Y se dieron un beso de despedida. Hada cogió el ascensor y desapareció tra la puerta y Ogro fue a tumbarse en el sofá un poco cansado de aquella mañana tan poco corriente, pero feliz de sentirse tan bien. Desde el dintel de la puerta, Lío lo miraba sin atreverse aún a acercarse a él. Pero, como decía Hada, todo se andaría.
De momento, había aprendido mucho. Y cosas que le servirían en la vida para defenderse solito, como decía su mamá. También para que Rosa lo admirase y se sintiera tan contenta con él. Lo de ir a India con Hada no era una mala idea, siempre había soñado con conocer ese país tan especial. Pero no era momento de pensar en eso. Estaba tan cansado… Ogro sonrió feliz, se arrebujó en su manta y se quedó profundamente dormido.

 FIN DE ESTA TRILOGÍA.


En la siguiente trilogía que se titula: “Ogro y Hada se van a India de cooperantes”, podréis aprender cosas sobre este país tan interesante porque el viajecito de nuestros amigos… tiene tela. Menudos líos. Pero eso sí, un viaje encantador aunque con algunos problemas…
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡HASTA PRONTO!!!!!!!!!!!!1


1 comentario:

  1. Preciosa la primera trilogia prima. Me encanta este Bartolo tuyo y me parece ideal para leerle a los niños y comentar con ellos, lastima que ya me jubile y ya no tengo esa tarea si no si que aprovechaba bien estos cuentos tuyos. Felicitaciones, un beso. Amaliña

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