Abeja

Controles de la abeja

martes, 14 de agosto de 2012

Continuación

OGRO EXPLICA A HADA Y A UNA AMIGA FRANCESA QUE SUS JÓVENES SE HAN MARCHADO AL MEDIODÍA, Y SIN AVISAR.
—Hada, disculpa —dijo Ogro al acercarse—, no sé qué he hecho, se han ido todos.
—Hola, amigo —contestó Hada— ésta es Nicole, de Francia —le indicó Hada señalando a una chica que hablaba con ella— y él es Ogro, mi amigo —indicó a su interlocutora.
—Mucho gusto, Nicole —respondió Ogro— Pero ya no me llamo Ogro sino Orgorgo y disculpa la interrupción, Nicole, necesito consultar con Hada un asunto, ¿te importa, Nicole?
—Claro que no —contestó Nicole en un perfecto español.
—Encantada de conocerte, Ogro.
—¿Qué ocurre, Ogro? ¿Y por qué te cambiaste el nombre? —preguntó Hada.
—El nombre me lo cambiaron ellos, mis muchachos y muchachas, que lo pronuncian así y además se han ido, Hada —dijo Ogro con cierta precipitación—, se han ido sin más. Dijeron namasté, namasté y, hala, se marcharon.
—¿Quiénes se han ido, Ogro?
—Pues los jóvenes de mi equipo, ¿no te enteras? A las doce dejaron todo y sin avisar siquiera, se marcharon todos. Uno tras otro.
—¡Ahhhhh...! Pero, ¿nadie te dijo nada? —preguntó Hada— Disculpa, Ogro, como estabas conmigo, el coordinador creyó que te lo diría yo. Y yo no lo hice, lo siento. Se me olvidó.

—¿El qué se te olvidó, Hada? —preguntó Ogro un poco impaciente.
—Pues se me olvidó decirte que al mediodía se deja de trabajar porque hace mucho calor, por eso se madruga tanto. No te preocupes, mañana volverán.
—¡Ah, vaya! Calor sí que hace, es horrible, y hay más mosquitos que gotas de agua en el Ganges —se quejó Ogro que seguía sin soportar los mosquitos.
—Ahora vamos a comer y luego descansamos hasta las seis. A esa hora tendremos una reunión para hablar de nuestro primer día.
—Claro, nos veremos allí, entonces —contestó Ogro.
—Y no olvides el mosquitero, Ogro. Ni el repelente, también a la hora de la siesta —añadió Hada con una sonrisa.
—No lo olvidaré, Hada, gracias. Gracias Nicole. Me ha gustado mucho conocerte —dijo Ogro ya más tranquilo.
—Por cierto, te han puesto un nombre muy propio ¿eh? —observó Hada con retintín.
—Sí, es muy propio —admitió Ogro que pensaba que para qué iba a cansarse en discutir con Hada si ya lo agobiaba bastante el calor y los dichosos mosquitos.
Es cierto que Ogro descendía de una muy paciente raza de gente tranquila, de gran bondad de corazón, pero Hada a veces se ponía muy pesadita con sus bromas y a él le gustaría atajarla con una de aquellas contestaciones rápidas e inteligentes que se le ocurrían un rato después, pero, claro, un rato después. Siempre se quedaba con las ganas. Ogro, en realidad, descendía de los antiquísimos hombres del Norte, como ya hemos explicado, que no eran ogros ni nada de eso, sino gente estupenda, pero su aspecto físico aún se parecía mucho a sus antepasados: bajitos, algo redondos, con los pies grandes y las manos pequeñas… En fin, ya hemos hablado de eso. El mismo Ogro se había acostumbrado de tal manera al apodo, que ya había olvidado su nombre de verdad.

OGRO Y HADA REPITEN CADA DÍA SUS RESPECTIVAS LECCIONES Y LOS CHICOS APRENDEN APRISA Y BIEN.
Y así fue, más o menos, cada día durante el mes que Hada y Ogro ejercieron de monitores al frente de aquellos chicos y chicas, los cuales, por cierto, parecían tener una facilidad especial para aprender idiomas, pues aunque sólo aprendieron algunas palabras de español, entendía a Ogro y a Hada bastante bien.
—¡Orgorgo! —llamaban entre risas y muecas— ¡Orgorgo, Orgorgo! —repetían continuamente.
—Yo no quiero más chapati —decía Ogro cuando comían juntos y él, igual que ellos, se ayudaba de chapati para coger las verduras o el dhal o el arroz que se servía para todos en una gran fuente o en una hoja de plátano, todo aliñado con cúrcuma.
—Y-o-noquegomachapati —repetían los jóvenes mirando a Orgorgo muy alegres, mientras ellos cogían del thali, y con la mano,  dhal y arroz y verduras con la habilidad de los que aprenden de pequeños esas costumbres.
Ogro había aprendido también algunas palabras en hindi, thali: bandeja; dhal: verdura; chapati: torta de harina, como pan fino. Con eso se las arreglaba bastante bien.
Todos se morían de risa viendo la torpeza de su “Orgorgo” con el chapati y el dhal y el arroz. Se le caía todo. Ogro adoraba a sus jóvenes y ellos le correspondían. Formaban un equipo formidable. Ya estaban preparados para buscar trabajo de pintores o en alguna fábrica de muebles o de puertas o ventanas. Eran listos y trabajadores y tenían mucho empeño en salir adelante.
Al terminar de comer siempre les servían un té muy oloroso, francamente muy rico y Ogro, levantando su vaso exclamaba:
—¡Salud, amigos!
—¡Asluz-amios! —contestaban a coro los cinco levantando también sus vasos de té e imitando todos los gestos de su monitor.
Así fueron transcurriendo los días. Su equipo de jóvenes trabajaba por la mañana e iba a la escuela por la tarde. Hada sólo había salido un par de noches con su varita mágica a contar cuentos occidentales a los niños. Se dedicó a fondo a enseñar a lijar madera, a cortarla por un patrón, a ensamblar, a pegar, a colocar vidrios a ventanas… En fin, fue todo muy agradable pero también muy duro porque el calor no dejaba apenas respirar y las lluvias del monzón, tan esperadas aquel año, parecían perezosas y no llegaban.

FIN DEL TRABAJO.
PARA CELEBRARLO, Y ANTES REGRESAR AL PAÍS DE ORIGEN, NADA MEJOR QUE UNA VISITA A AGRA EN COMPAÑÍA DE LOS DEMÁS COOPERANTES Y DEL EQUIPO DE TRABAJO.


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