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sábado, 4 de agosto de 2012

OGRO Y HADA EN INDIA


Foto de Marián y Sara en India, 2008

El calor que hacía en España parecía una broma comparado con el calor pegajoso e insoportable de Delhi. Tanto es así, que al mediodía se paraba toda actividad y sólo circulaban por la calle los muy valientes o algunos naturales del lugar muy acostumbrados al clima. Si bien era época de  monzones, no parecía que fuera a llover pronto, pues a veces los monzones son reacios a llegar, y más en el Norte, y lo que se siente es un calor insufrible.
Ogro, es decir Bartolo, y Hada, es decir, Telma, habían tenido que llegar a la zona del Rajasthán, cerca de Jaipur, en un autobús destartalado. Era una zona árida y casi desértica, en la que la miseria imperaba por todos lados, algo aliviada en algunos puntos por la ayuda y los proyectos de los cooperantes. De todos modos, amaneció, y Ogro, después de ducharse y vestirse con ropa ligera, salió de su cuarto y llamó en el de Hada. Ésta salió ya dispuesta a empezar también su trabajo en aquel país sorprendente.
—Buenos días, Ogro, ¿has dormido bien?
—Pues no, no he dormido bien, y casi me comen los mosquitos —contestó Ogro que no llevaba con mucha paciencia el asunto de los mosquitos.
—Hay mosquitos a millones, Hada.
—Sí, es verdad. Pero acabarás acostumbrándote —dijo su amiga.
—¿Tú crees? Los odio, de verdad, Hada, los odio —contestó Ogro muy contundente.
—Bueno, anda, tranquilo, ya verás como la próxima noche duermes como un leño. Llegarás tan cansado que ni te enteras de que hay mosquitos.
—A ver si es verdad —concluyó Ogro que no lo tenía tan claro.
—Ahora —siguió su amiga— vamos a coger un rickshaw para ir al Centro de Cooperantes.
Rickshaw familiar

—¿Te refieres a esa especie de triciclos con capotas de los que tiran unos hombres flaquísimos, Hada?
—Justamente, Ogro, a esos me refiero.
—¡Ah, no, Hada! Ni  hablar. Yo peso demasiado —decía Ogro con absoluta determinación—. Yo no quiero que nadie cargue conmigo, iré andando.
—Verás, amigo, tienes que aprender que esta gente vive de eso —le explicaba Hada con dulzura—, que les haces un favor mucho más grande si los utilizas porque les permites ganar unas rupias, y si vas andando no ganan  nada.
—Vaya, tienes razón —contestó Ogro—, no  había caído en eso. Pero es que me da corte que otro hombre tire de mí mientras yo voy cómodamente sentado.
—Te entiendo, Ogro. Pero debes pensar que estás en un país diferente, y que no va a cambiar así como así, que ésas son sus costumbres y que tenemos que aceptarlas. Algún día cambiarán, estoy segura, pero eso lleva tiempo.
—Comprendo —respondió Ogro—, iremos entonces en un risckshaw, pero tú en uno y yo en otro, ¿te parece? Así ayudamos a dos personas.
—De acuerdo, Ogro
 Hada sonreía ante la generosidad de su amigo.
—Entonces, vamos —dijo Ogro que parecía tener mucha prisa.
—Vas a ver un país totalmente distinto al nuestro, no intentes entenderlo todo porque es muy complicado —explicó Hada previniendo a Ogro de las sorpresas con las que iba a encontrarse en India.
—Ya veo, amiga. Defectos y virtudes como en todos lados, pero distintas a las nuestras —replicó Ogro que estaba empezando a convencerse de que allí todo era distinto.
—Vas a ver, junto a la más absoluta miseria, la más exagerada opulencia; formas de hablar, de vestir, distintas. Razas, religiones… India tiene una gran variedad en todos los sentidos y es un país inmenso, difícil de conocer —dijo Hada que intentaba seguir con su lección para que Ogro no se sintiese incómodo.
—No te preocupes. Ya iré aprendiendo —repuso Ogro muy seguro de si mismo.
—Estoy convencida.
Hada estaba segura de que su amigo aprendería muchas cosas.
Al poco rato cogieron dos rickshaws y se dirigieron al Centro de Cooperantes, donde los esperaban los coordinadores para saludarlos y encomendarles ya la tarea que les tenían asignada.
Delhi, Chandni Chowk (Sara y Marián)

OGRO SE PONE AL FRENTE DE UN GRUPO DE JÓVENES PARA PINTAR VIVIENDAS DESTINADAS A FAMILIAS SIN RECURSOS. SUS ALUMNOS LE CAMBIAN EL NOMBRE.
En aquella zona se estaban construyendo viviendas modestísimas, pero dignas, para familias muy pobres, así que se necesitaba toda clase de gente dispuesta a trabajar, como Ogro que era pintor o Hada que sabía trabajar la madera.
Pusieron a Ogro al frente de un grupo de cinco jóvenes, tres chicos y dos chicas, a los que debía, de paso, enseñar a pintar paredes, la técnica de la mezcla de pintura, cómo emplastecer, lijar  y revocar.
Eran jóvenes que habían sido rescatados de un taller de saris, donde trabajaban hasta dieciocho horas diarias por poco más que un cuenco de arroz. Aun así, sonreían continuamente, algo que llamaba mucho la atención a Ogro.
—Estos chicos parecen felices ¿verdad? —preguntaba a Hada.
—Estos chicos son felices, Ogro. La felicidad para ellos es cada día de sol, la libertad de poder salir de la esclavitud del taller de saris y el convencimiento de que importan a alguien, de que alguien se ocupa de ellos.
Hada ya tenía experiencia pues era el quinto año que se iba en vacaciones de cooperante a India y, si hacía falta, su varita mágica por la noche también se usaba aunque sólo fuese para jugar con los chicos y las chicas y contarles cuentos europeos con los que se reían mucho porque les resultaban extraños y como de otro planeta.
—Les hace falta tan poco, ¿verdad? —seguía comentando Ogro que se pasmaba de que hubiera en el ambiente tal alegría sin motivo aparente.
—No tienen nada, así que se sienten bien con cualquier cosa, una palabra les basta, una palabra y un poco de bondad y atención—le contestó Hada.
Y Hada y Ogro se marcharon cada uno con su cuadrilla de jóvenes a empezar la tarea. Hada se marchó al taller de carpintería a hacer puertas y ventanas y Ogro y sus jóvenes entraron en la primera vivienda que debían pintar. En un papel llevaba apuntados los nombres de los cinco y fue llamándolos, con gran alborozo de los tres chicos y dos chicas que se reían a carcajadas cada vez que Ogro decía el nombre de uno.
– ¡Rahoul¡ ¡Devraj! ¡Akuti! ¡Sashi! ¡Lokesh!
Ése era el equipo de Ogro. Rahoul, Devraj y Lokesh eran chicos y Akuti y Sashi eran chicas. Y Ogro pensaba, con acierto, que se reían porque su pronunciación debía de ser penosa, así que lo tomaban a risa y lo imitaban llamándose unos a otros según la pronunciación de Ogro con un gran júbilo.
—Y yo me llamo Ogro. I am Ogro —dijo en una pésima pronunciación del inglés que los jóvenes no entendieron porque sólo  hablaban hindi. Así que se señaló con el índice de la mano derecha y dijo:
– ¡Ogro! ¡Ogro! I am Ogro.
– ¡Orgo-Orgo! repetían a coro ¡Orgo-Orgo!
– ¡No! —aclaraba Ogro— Ogro y sólo una vez —decía levantando otra vez el índice de la mano derecha como si su dedo fuera un uno.
Y todos se quedaban mirándolo como si fuera un extraterrestre y se reían entre ellos. Levantaban el dedo como Ogro una y otra vez y decían Orgo, Orgo… Les chocaba mucho su aspecto, todo hay que decirlo, nunca habían visto un personaje con el pelo tan rojo, la piel tan blanca y con aquellos ojos tan verdes.
—A ver: ¡Ogro! ¡Ogro! —repetía señalándose a si mismo.
—¡Orgo-Orgo! —repetían todos como una sola voz y con mucha voluntad.
—Pues vale —pensó Ogro—, que me llamen como quieran. Creo que esto no tiene remedio.
En adelante cada vez que uno de ellos tenía que dirigirse a él le decía ¡Orgo-Orgo! Total, que todos empezaron a llamarle Orgo-Orgo, que, dicho aprisa, se resumió en Orgorgo. Y Orgorgo empezó a ser un personaje muy querido porque los chicos y las chicas estaban felices con él.
Orgorgo se pasmó mucho el primer día cuando, hacia las doce, los jóvenes a su cargo empezaron a marcharse uno tras otro. Dejaban los trebejos en el suelo y se iban, sin más.
—Namasté, namasté —decían uno tras otro, saludaban a la  manera india y salían por la puerta sin más explicaciones.
—¡Eh! ¡Pero bueno! ¿Qué pasa? ¿Por qué os marcháis?
Pero nadie respondía porque nadie entendía lo que Orgorgo les preguntaba.
—Namasté, Orgorgo —dijo la última en salir, Sashi.
Y allí se quedó Ogro, a las doce del mediodía, más solo que la una y más desorientado que si, de repente, le hubieran nacido alas. Al darse cuenta de que, de verdad, se habían marchado, recogió sus cosas y salió también camino del Centro de Cooperantes, al que estaba llegando gente sin parar, y en el que Hada hablaba muy animada con otra chica europea.



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