Abeja

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jueves, 18 de octubre de 2012


Continuación y fin del viaje a India.

FIN DEL TRABAJO
PARA CELEBRARLO, Y ANTES REGRESAR AL PAÍS DE ORIGEN, NADA MEJOR QUE UNA VISITA A AGRA EN COMPAÑÍA DE LOS DEMÁS COOPERANTES Y DEL EQUIPO DE TRABAJO.
– ¡Ogro! ¡Ogro! —Hada llamaba con los nudillos, tan temprano que apenas amanecía, a la puerta de la habitación de Ogro— ¡Venga, que es tarde, que nos esperan en el autobús!
– ¡Ya voyyyyyyy! —contestó Ogro al otro lado de la puerta.
Hada esperó unos segundos y enseguida salió Ogro vestido de pies a cabeza, con la camisa abotonada hasta el último botón, pantalones largos  y con un sombrero y una especie de cortina sobre él que le tapaba la cara hasta los hombros, y llevando en la mano su bolso.
– ¡Oooogro! —exclamó Hada sorprendidísima— ¿adónde vas con esa facha?
– ¿Que adónde voy, Hada? ¿Que adónde voy? Pues a Agra ¿no? ¿No vamos a Agra hoy?
– ¡Huy! ¿Y esa pinta?
– ¿Qué pinta?
– ¿Cómo que qué pinta? Pues esa pinta, Ogro, la que llevas —preguntaba Hada— parece que vas a sacar miel en una colmena.
– ¿Miel? ¿Colmena? Pues ni miel ni colmena. Ésta es una pinta normal, Hada ¿no te parece? —contestó Ogro como si estuviera enfadado con el mundo entero.
– Pues no sé qué decirte, no me parece muy normal ¿a ti qué te pasa? —inquirió Hada con verdadera extrañeza.
– Pues me pasa que he declarado la guerra a los mosquitos, Hada. Me pasa que estoy de ellos hasta la coronilla. Me pasa que no me dejan en paz. Me pasa que estoy llenito de ronchas. Y me pasa que a mí no me toman más el pelo esos mosquitos del demonio, así que me protejo —terminó Ogro.
– ¡Ah! —contestó Hada disimulando una sonrisa, mientras observaba la cara de Ogro llena de ronchas rojas y abultadas— ¡Pobrecillo! ¡Pues sí que te han dejado bueno, Ogro; tu cara es un poema!
– Mi cara, además de un poema, me pica y me molesta.
– ¡Cuánto lo siento! —decía Hada sinceramente conmovida por el malestar de su amigo— ¿qué pasó con el mosquitero y con el repelente?
– Nada, no le hacen ni caso. El repelente no los repele, Hada. Yo creo que los mosquitos de aquí engordan con el repelente que nos trajimos. Creo que el repelente debería ser un repelente comprado aquí para mosquitos de aquí, que seguramente no son como los mosquitos de allí —contestó Ogro convencido de que su repelente español era absolutamente inútil para mosquitos indios.
– ¿Y el mosquitero? —siguió preguntando Hada.
– Pues el mosquitero no sé. Me metí en la cama y me olvidé de ponerlo. Me quedé dormido al instante, estaba tan cansado, Hada.
– Claro, ahora me lo explico —dijo Hada— Anda, ven, vamos a ver al doctor antes de salir para Agra y él te dará algún remedio.
Así lo hicieron. Fueron al botiquín y el médico untó la cara de Ogro con una pomada que lo alivió al instante.
– ¿Megorrr? —preguntó el médico, un joven sij que llevaba un precioso turbante color turquesa y una barba muy bien arreglada— ¿Está usteg megorrr, mister “Orgorgo”?
– Sí, muchas gracias, señor doctor —contestó Ogro un poco más animado—, creo que es suficiente.
– Entonces vamos, Ogro, que nos esperan ya todos en el autobús —pidió Hada que no quería hacer esperar a sus compañeros y a los jóvenes de su equipo.
– Sí, vamos, Hada —y Ogro la siguió hasta la salida donde un renqueante y destartalado autobús los esperaba para hacer el viaje más alucinante de su vida.

CAMINO DE AGRA
Dicen que en la India es más fácil conducir sin frenos que sin bocina y eso lo comprobó Ogro al instante. Las calles y las carreteras son un verdadero caos. Cuando salieron, a través de la ciudad, Ogro se maravillaba de que el conductor no atropellase a nueve de cada diez personas, pues todas andaban por la calzada como si la calzada fuera una acera más, eso cuando  había acera, que era pocas veces. Entre los rickshaws, los camiones, autobuses, los motoricksaws y vehículos de toda condición; las vacas sagradas, camellos, perros, gatos y demás fauna callejera, era una aventura desplazarse por la ciudad.
Ogro respiró cuando se encontraron en la carretera… Bueno, respiró poco tiempo pues el autobús daba tumbos y saltos como si en vez de rodar por una carretera lo hiciese de socavón en socavón. Y ésa era la realidad. El autobús no sorteaba los socavones, simplemente los pasaba por encima, y los había a cientos.
– No es muy cómodo esto ¿eh, Hada? —decía Ogro mientras todos los cooperantes se agarraban como podían a los asientos y los chicos y chicas reían sin parar y gritaban cada vez que el autobús daba un tumbo.
Además iban literalmente achicharrados en aquel autobús “con aire acondicionado”, es decir, acondicionado por el poco aire que entraba a través de las ventanillas sin cristales.
– No, no  es nada cómodo, Ogro —aseguraba su amiga—, llegaremos molidos a Agra, estoy segura.
– No creo que haya conductores más hábiles en el mundo, Hada, esto es un infierno —decía Ogro aterrorizado.
– Sí, es peligroso. Comer y conducir es lo único que los indios hacen aprisa. Y las carreteras son infernales; que no te pase nada, es la ley de la suerte.
– ¡Madre mía! —exclamaba Ogro aturdido— nos vamos a desconyuntar.
– Déjate llevar, Ogro, es lo mejor, no fuerces posturas sino mañana no te mueves y ya sabes que mañana tenemos que visitar el monumento a Gandhi en Delhi antes de coger el avión —aconsejó Hada a su amigo.
Y Ogro pensó que si resistía las ocho horas que duraba aquel viaje en aquel autobús, ya sería capaz de resistir cualquier cosa.

EL TAJ MAHAL
Indio con serpiente cerca del Taj Mahal. Foto de Sara
Al fin, a pesar de tan terrible viaje, llegaron a Agra y fueron directamente a visitar el Taj Mahal. El espectáculo era impresionante, sabían que jamás podrían  contemplar algo parecido en ningún otro sitio. Y había miles de personas de toda raza y condición, entre las que brillaban los saris de las mujeres indias y los turbantes de los sij. La policía los separaba en dos filas, a un lado las mujeres y al otro los hombres, según la costumbre india, y además una cola para los naturales del país y otra para los turistas.
– ¡Mira, Hada! ¡Un encantador de serpientes! —y Ogro se paró a contemplar cómo la cobra salía de su cesto al son de la flauta y talmente parecía que se movía hipnotizada por la música.
– Debes de darle algunas rupias, si quieres mirar, Ogro —dijo Hada que conocía mejor que él las costumbres de aquel fascinante país.
– Claro —respondió Ogro buscando en su bolso—, pues no tengo ni una rupia suelta ¿tienes tú Hada?
– Vaya, lo siento, tampoco tengo ninguna rupia suelta. Luego volvemos por aquí y se las damos ¿de acuerdo?
– Por supuesto, Hada —afirmó Ogro esperando cambiar dinero enseguida y volver por allí para darle unas rupias.
Y se marcharon un poco mohínos porque no podían gratificar de ninguna manera al encantador de serpientes. Pero sí le  hicieron fotos. Luego se dirigieron al grupo del guía que habían contratado para escuchar sus palabras sobre la tumba más hermosa del mundo, mandada construir por el emperador mogol Sha Jahan en honor de su esposa favorita.
Fue un largo y cansadísimo recorrido, y ya el calor era insoportable así que todo el grupo decidió ir a visitar el Fuerte Rojo y a descansar y comer algo antes de subirse de nuevo al autobús y regresar al Centro de Cooperantes. Al volver pasaron de nuevo junto al encantador de serpientes y buscaron unas rupias en el bolso para ponerlas en su cestita. Pero el encantador de serpientes al verlos tapó el cesto de la serpiente a toda prisa y dejó de tocar.
– ¡Vaya! —exclamó Ogro— ¿Por qué  hace eso?
– Pues porque antes no le dimos nada. Nos ha reconocido y piensa que nos queremos aprovechar de él —contestó Hada depositando unas rupias en el cesto de paja de arroz que tenía a sus pies.
– Ja ja ja, Hada —contestó Ogro riéndose— qué listos ¿verdad?
– Sí, es su forma de vida, no tienen otra. Y, naturalmente, no les gusta que les tomen el pelo.
Marián y Sara en el Taj Mahal. Año 2008
Y los dos ofrecieron unas rupias al encantador de serpientes que, al comprobar que le habían dado unas monedas, los saludó a la manera india y se dispuso a tocar otra vez su flauta para que vieran a la cobra salir del cesto. Pero Ogro y Hada ya no esperaron mucho, sólo unos minutos por cortesía, saludaron también a la manera india y se marcharon al autobús.

OGRO Y HADA CENAN POR ÚLTIMA VEZ CON SUS CAMPAÑEROS Y SUS CUADRILLAS DE JÓVENES.
El regreso fue tan penoso como la ida, pero estaban tan cansados que, a pesar de los tumbos, frenazos y acelerones casi todos se durmieron hasta llegar al Centro de Cooperantes donde les esperaba una cena a todos juntos, después de la que pasarían allí su última noche.
– Vuelves prrrronto Orgorgo, Hada—decían a coro inclinándose con las manos juntas en el pecho— Vuelves prrrronto dos —repetían una y otra vez.
Y a “Orgorgo” se le llenaba el corazón de una gran melancolía y estaba seguro de que los iba a recordar siempre con un inmenso cariño.


Al terminar la cena fueron despidiéndose unos de otros, muy emocionados y al mismo tiempo agradecidos de haber pasado aquel tiempo entre personas tan estupendas, monitores y jóvenes se desearon prosperidad y salud para el futuro.
– ¡Namasté, adiós Orgorgo! ¡Namasté, adiós Hada! Shukriyá, shukriyá, gracias, gracias —decían a una sola voz mientras los saludaban juntando las manos en el pecho y colgándoles del cuello preciosas guirnaldas de flores.
Una de las chicas se adelantó y entregó a Ogro una bolsa con un regalo. Ogro se sintió conmovido y la abrió inmediatamente mientras les daba las gracias.
– ¡Oh! —exclamó Ogro sacando de la bolsa un elefante de peluche—. Muchas gracias, shukriyá, es encantador, muchas gracias —repetía.
Otra chica hizo lo mismo con Hada mientras le pintaba un bindi u ojo espiritual en la frente. Hada se dejó hacer y después de darle las gracias sacó de la bolsa un camello también de peluche.
– ¡Muchas gracias, shukriyá! —agradeció Hada— lo guardaré siempre, muchas gracias.
Ogro y Hada repartieron entre sus jóvenes algunas golosinas y fotos para que les quedaran de recuerdo y, saludándose por última vez, se fueron a sus respectivos dormitorios, Hada a dormir como un leño y Ogro, seguramente, a pelearse con los mosquitos y a envolver los regalos que había comprado para Rosa y para su mamá, un precioso sari para cada una, el de Rosa, de color rosa, y el de su mamá de color anaranjado.

FIN

DICCIONARIO:
Bindi: dibujo redondo que se ponen las mujeres en el entrecejo como adorno o símbolo religioso (también ojo espiritual)
Cúrcuma: especia de color amarillo, llamada también azafrán cimarrón, que se usa para hacer curry y para condimentar muchos alimentos en la India.
Chapati: especie de torta de harina con la que se cogen los alimentos a modo de cuchara y que también se come.
Dhal: legumbres secas, alubias, guisantes.
Kripayá: por favor.
Namasté: hola, adiós.
Rickshaw: especie de cochecito de dos ruedas que hace de taxi y está tirado por un hombre.
Sari: vestido típico de las mujeres en la India.
Sij: religión monoteísta que se practica en la India.
Shukriyá: gracias
Thali: bandeja para alimentos.
Taj Mahal: monumento funerario en Agra, una de las maravillas de la arquitectura mundial de todos los tiempos.

Gandhi: Mahatma Gandhi (Alma Grande, El Magnánimo): Llamado también Apóstol de la Paz, nació en India en 1869 y trabajó por la pacificación de su país y por su independencia. Murió en 1948 asesinado por un hindú.

LUGARES QUE APARECEN
Rajastán: Estado de la India situado al Noroeste.
Jaipur: capital del estado de Rajastán
Delhi: capital de la India, en Aryana.
Agra: capital del Estado Norte

 Próximo y último capítulo: Bartolo y Telma regresan a España.









1 comentario:

  1. Que bueno que siguio el cuento!!!lo extrañabaaaa.Lastima que ya se termina pero espero que ya estes preparando otro. Bonita foto del Taj con tu hija y Sarita !!!!.Me encantaron estas aventuras de Ogro y Hada y espero ansiosa su final aunque tambien me produce cierta tristeza pues me habia acostumbrado a ellos. Besos mi genial escritora y prima. Amaliña.

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